Tengo
el alma hecha pedazos y a partir de acá no me hago cargo de nada, no te acerques tanto
que te puedo lastimar y no me hago cargo de nada. Cuando ese silencio parece mortal, no tengo
derecho a tratarte tan mal y son esas cosas que no quiero ver.
Cómo pasa el tiempo y no puedo retroceder, ya no se bien lo que siento es que no quiero volver.
Cómo pasa el tiempo y no puedo retroceder, ya no se bien lo que siento es que no quiero volver.
A ese juego que se desplegaba minuciosa y
calmadamente fue al que me entregué casi por completo, sin contar que las
probabilidades de creer o perder, directamente, mi dignidad eran una en un millón,
era como si tuviera vida propia y me incitara a jugarlo ciegamente. Y así fue
que me enredé y dejé llevar por esos brazos que se entrelazaron sobre mí, como
exclamando “no te marches, estoy para vos, no voy a dejarte caer, al menos por
un largo tiempo”.
El juego tenía dos puertas que se
distanciaban como islas alejadas por un océano inmenso. Una de ellas decía “quédate
con tu vida de porquería y espera con mucha suerte quitarte el amor no
correspondido de la mente”, y la otra, contrariamente, expresaba “arriésgate,
pues puedes llegar a amar y creer que lo que deseabas tanto antes, no era tan
bueno como creías”. Era cierto, por un lado la primera puerta era un “no te
arriesgues, pues sabes que tal vez las cosas no van a funcionar”. Al contrario,
la otra puerta, tan distinta y hasta positiva, me llamaba a creer que podía ser
más feliz de lo que era, más viva de lo que estaba.
Se necesitaba valentía para cruzar alguno de
los dos lados que atravesaban ambas puertas, pero aún así era una decisión que
no podía dejarse de lado, era el juego de la vida, juego silencioso pero
potente, tan potente que era blanco o negro, y de ello dependía gran parte de
mis días hasta que me diera cuenta, luego, de lo contrario y decidiera saltar
al otro lado y tomar la otra puerta.
Decidí cruzar la segunda puerta pues, situaciones
de la vida me iban planteando que no valían la pena muchas cosas por las que
estaba dispuesta a dar todo a cambio de desilusiones y angustias.
Comprendí luego que, si bien la segunda
puerta se veía bien, pues se suponía que dejaría de sufrir, no quitaba eso que
otros salieran lastimados, y así fue.
El amor es un juego con el que no se juega,
pero es un juego porque tiene advertencias, que debes leer, advertencias que
ponen en peligro tu corazón, o el de otros. Es un juego extraño, ya que a
diferencia de un Monopoly, no lleva instrucciones, uno mismo se maneja, uno
mismo las hace y se mueve, uno mismo baraja, reparte y tira, y uno mismo puede
hacer que el rumbo de éste cambie, como así también puede cerrar el tablero y
rendirse, arrojando las cartas, los dados, las piezas, dentro de la caja escapándose
pues, creyó que el juego del amor era blanco o negro pero luego el jugador en desacierto
comprende que cuando se trata de amor hay miles de colores hay gamas de
hermosos rosas, hay rojos vivos y pasionales, hay verdes que reflejan ka esperanza
de seguir y de luchar, y también… también hay aquellos grisáceos oscuros, que
deben soportarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario